El viernes pasé la noche en casa de mi cuñada y mi hermano, haciendo de niñera de mi adorada Andrea. Les dio por salir a cenar con unas amistades y mi sobrina y yo nos quedamos comiendo pizza, viendo la tele sin verla y coloreando machangos de cartón en forma de personajes de Disney hasta las 10, hora en la que subimos a su cuarto, nos acomodamos en su camita y nos pegamos algunos minicapítulos del OSITO PARDO que le cayó el 6 de enero. Antes de que ese fisco de ternura se quedara como un tronco, le recordé que estaría en el cuarto de al lado, que papá y mamá habían salido y que no se asustara si a media noche se despertaba y no les encontraba: aquí estaba su tía Nedy con complejo de salvadora para lo que necesitara, aún sabiendo que está en plena fase de abanderamiento del lema “yo solita”, para el orgullo de quienes creemos en la autonomía de las criaturas. No tardó en dormirse, tampoco me extraña, casi me quedo frita yo también entre aventura y aventura de aquel plantígrado marrón, demasiado tranquila la serie, muy tranquila, perfecta para esa hora, eso sí, pero yo no quería dormirme ya, no antes de leerme un par de cosas para el examen de Arte Canario I que tenía el lunes y una cigarrita previa al sueño, nada espectacular, más que nada porque no me gusta estar demasiado tostada cuando me quedo a solas con Andrea.
Tal cual lo he contado, tal cual pasó. No sé la hora exacta a la que me fui a la cama, revisando la tranquilidad de la pitufa antes de amoldar mi cabeza sobre la almohada, pero la oscuridad me hubiese tragado en poco tiempo si ésta no hubiera estado acompañada por el incesante murmullo del ordenador, y digo murmullo por ser cortés, que aquello parecía la sala de máquinas de un trasatlántico… El asunto es que tardé más de la cuenta en acabar los trámites con Morfeo, y menos mal, repasando la retahíla de edificaciones de techumbres planas de las islas, la mayoría por cierto, a eso de las dos de la madrugada, un segundo tan sólo faltaba para descender a su mundo de arena, la oscuridad se rompió por un grito de miedo que me dejó el alma en polvo de añicos.
Lo advertido: Andrea se levantó, ella solita, para hacer pis y el frío de la noche la empujó a buscar el calor entre mamá y papá… pero no estaban y a la cría casi le da un patatús… y a mí con ella.
- Andrea, estoy aquí mi amor – grité. Una sombrita temblorosa se acercó a mi mientras repetía “no te encontraba, no te encontraba”... la abracé y le pregunté si quería acostarse a mi lado, a lo que dijo que sí, la subí en la cama, la tapé, le besé la cabecita, y en tres, dos, un segundo ya estaba sopa de nuevo. Yo tardé un poco más, justo después de que mi cuñada, ya de vuelta, la regresara a su dormitorio y me apagara el escandaloso ordenador.
Esto me hizo pensar en los niños y las niñas del mundo que pasan miedo y no hay una mano amistosa que les ayude a salir de él, con lo fácil que resultaría…